7 de junio de 2013

El mundo al revés

Los primeros rayos de sol entran por la ventana, noto la claridad en mi cara,  pero suena el despertador y toca empezar la rutina de todos los días. No quiero, estoy a gusto entre las sábanas, al calorcito de mi particular refugio, mientras toda la pereza del mundo va desapareciendo poco a poco de mi cuerpo, recibo el abrazo matutino que me da fuerzas para afrontar el resto de la jornada. 


Pero ya, llegó la hora de la despedida, el momento más amargo del día en el que ella se va y me deja solo una vez más en mi refugio.

Llevamos juntos 18 años, 18 años en los que ha pasado de niña a mujer, en los que la he visto tener pesadillas o dormir plácidamente, llorar desconsoladamente por un amor que no salió bien o llorar de felicidad porque su equipo de fútbol había ganado un título, muchas alegrías y muchas amarguras, amistades que se rompen, amistades nuevas que creía que nunca iban a rellenar con calidad el espacio dejado por las traiciones pasadas, finales de etapas, nuevos proyectos, viajes inolvidables, anhelos secretos… 

Comparto todo con ella, yo sólo la espero durante todo el día en mi refugio, en su refugio, en nuestro refugio, para que cuando la luna lleve unas horas enmarcando nuestro firmamento ella descanse conmigo, me abrace y pueda compartir con ella sus temores, sus sueños y sus secretos. Ésos que no hay nadie que les guarde como yo. 
Ella lo sabe, yo siempre estaré aquí para ella, llegará el momento en el que me guarde en una caja con los demás recuerdos de su niñez, o tal vez nunca lo haga y siempre me tenga en un lugar privilegiado dentro de su pequeño mundo, pero yo sé que ella siempre me llevará en su corazón porque yo soy su Raúl, su osito Raúl.



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